Palabras que discriminan…

Aunque a veces no lo notemos, muchas de las palabras que utilizamos cotidianamente poseen un claro sesgo discriminatorio, pero su utilización se encuentra tan naturalizada que las repetimos de forma sin pensarlas, sin analizarlas, sin tener en cuenta sus efectos y como consecuencia incurriendo en una suerte de discriminación o xenofobia del lenguaje.

Y así es que diariamente es común escuchar expresiones como “voy a la verdulería de los bolitas” “¡Gordo andá al arco!”, “Es un negro villero”, “¡Callate, mogólica!”, “¡No llores, maricón!”, “¡Andá a lavar los platos!”. O lo que es aún peor “ese manco, rengo o tuerto de mierda”, entre otras epítetos.

En nuestras casas, en la escuela, en la cancha, en los medios, en todas partes estas palabras son moneda corriente Pero ¿somos realmente bien conscientes de lo que le ocurre a las personas que estamos aludiendo con las palabras que decimos?, ¿se tiene en cuenta cómo le afecta a una persona “gorda”, “negra” o “manca” sentirse utilizada para descalificar o agraviar a otro?.

Casi nadie es totalmente consciente de lo que hay detrás de cada palabra. Y nadie se percata de lo molesto que resulta la utilización indebida de muchos términos, nadie entiende la condena y la estigmatización que muchas personas padecen cuando pronunciamos algunas palabras.

Además nuestro lenguaje connota lo que somos como raza humana, como sociedad, como conjunto: nuestras palabras ponen en evidencia lo mejor y lo peor de la miseria humana y evidencian la ignorancia con la que muchas veces nos manejamos al usar el lenguaje.

En ese marco complicado, no resulta fácil luchar contra esta forma tan bien disfrazada de xenofobia y de desprecio. Sin embargo, existe la posibilidad de ir resignificando las palabras que utilizamos y que a lo largo de los años fuéramos asistiendo a una paulatina desaparición de los usos discriminatorios de las palabras. Para tal fin son fundamentales los roles de la educación, la familia y los medios de comunicación.


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